Carta de una voluntaria. Preciosa! Gracias Maria!

De cuando, entonces, necesité ser voluntaria
Quizá, cuando uno pasa por un episodio de salud complicado, del que, por fortuna, sale,
con alguna que otra magulladura, pero sale… Quizá la reacción automática sea la que
yo tuve en aquel momento, hará cerca de un par de años.
A pesar del terreno escarpado por el que transité durante casi un año, solo tenía (y tengo)
una palabra para describir aquellos días tan difíciles:
A G R A D E C I M I E N T O.
Haber vivido rodeada de tanto cariño, por parte de los profesionales sanitarios, así como
de mi entorno, me hizo querer devolver, a manos llenas, todo aquello que había recibido.
Necesitaba dar(me). Ser generosa, ya que la vida lo había sido, y mucho, conmigo.
Así que ahí estaba yo, en el primer semestre de 2023, tratando de encontrar mi hueco en
el mundo del voluntariado.
Y fue entonces cuando se cruzó en mi camino el Hogar de Vida de la Fundación
Golfín y con ello todas y cada una de las mamás que allí he ido conociendo, así como la
directora, la psicóloga, la trabajadora social, las religiosas que se desviven por las chicas
y sus bebés, las voluntarias…
El Hogar de Vida de la Fundación Golfín acoge a mujeres embarazadas, en situación
de exclusión social, ausencia de apoyo familiar, falta de recursos económicos, etc.
Proporcionándoles un hogar, así como todo aquello que sea necesario, en un periodo
vital tan importante: desde la atención humana y sanitaria, a la psicológica y espiritual.
En el Hogar, acompañan y forman a las mamis durante el embarazo, y los primeros
meses de vida del bebé, ayudándoles para su futura integración social.
Se les orienta para que conozcan los recursos de los que disponen y así puedan afrontar
autónomamente su inserción social y familiar; se ocupan de su alojamiento y
manutención, totalmente gratuitos, tanto de la mamá, como del futuro bebé en su primer
año de vida (en su apuesta por la maternidad, incluso reciben a madres embarazadas que
ya tengan otro hijo a su cargo); asimismo, les ayudan en la búsqueda de empleo, para
que puedan ir ahorrando para su futuro.
En la primera reunión que tuvimos, yo no sabía muy bien qué podía aportar… Las
voluntarias hablaban de clases de cocina, de español, de costura… Mientras tanto, yo no
sabía en qué podía contribuir… pero, de repente, empecé a pensar… Aplica, aplica…,
aplica tu formación, tus actitudes, tus vivencias, tus hobbies…
Levanté la mano e hice mi propuesta: ¿qué os parece si hago un taller de lectura?
Aquello gustó a la directora, a la psicóloga y a la trabajadora social, pero… ¿a ellas? A
las protagonistas… A las madres… ¿Les gustaría?
El día que por primera vez me junté con ellas, en el salón de su hogar, estaba nerviosa…
Eran unas cuantas, de distintas edades y orígenes, con vivencias y caracteres diversos…
Yo llegué con una sonrisa y con un libro de mi autor favorito, por si las enganchaba a la
lectura… Qué ingenua… Como no tenía muy claro cómo arrancar el taller, decidí, ese
primer día, hablarles un poco de mi… Contarles que, a pesar de llegar con mi “insultante
vida perfecta”, también había sufrido… Cada uno a su manera… Dejándoles ver que
también conocía el color del sufrimiento… Lo hice, egoístamente, por ganármelas… o
no sé, quizá por supervivencia… El caso que ese primer germen de confidencia sería el
epicentro de nuestro taller.
Empezamos a hablar, estuvimos casi tres horas… De si leían, de si les gustaba uno u
otro género, de si habían escrito alguna vez, de la eterna dicotomía “libro o película”,
etc. Era un grupo “difícil”. Apenas leían, y las que habían tenido el hábito, lo habían
abandonado por motivos obvios: P R E O C U P A C I O N E S.
Concretamos la lectura, les marqué ciertas páginas (pocas) para la siguiente semana… A
la siguiente semana, nadie había leído… Así que decidí hacer la lectura in situ… Pero
no notaba que se entusiasmaran… Aquel día, volviendo a casa… empecé a
reflexionar… Cómo no habían sido capaces de leer cinco páginas, de un libro elegido
por ellas… La respuesta la encontré inmediatamente… Cómo iban a ser capaces de
buscar un hueco para leer, si la mayor de sus preocupaciones, como era obvio, no era “la
lectura que nos ha dejado como deberes la voluntaria…”. Aquello me hizo también
poner los pies sobre la tierra, rebajar expectativas, y empezar a disfrutar, sin esperar a
cambio nada más que lo que proclama el Hogar: V I V I R.
Al final, sugerido por la psicóloga, nos quedamos con un libro que nos hacía reflexionar
a cada página que leían. Porque decidieron que leían ellas en voz alta… Cada vez las
veía más entusiasmadas… Y llegamos a leer tanto…, hasta poesía… ¡Increíble!
Leíamos, reflexionábamos, leíamos, reflexionábamos… A veces, no habíamos
terminado de leer un párrafo, o una estrofa… y ya querían comentar… Las tardes o las
mañanas que compartía con ellas se convirtieron así en una terapia improvisada de
“amigas” a las que solo les faltaba un café en cualquier cafetería.
Uno cree que cuando se incorpora a un proyecto de voluntariado, lo hace, como pensaba
yo, con la actitud de dar, de contribuir, de ayudar… Qué equivocada estaba… La que ha
recibido he sido yo… Ha sido tanto lo que me han aportado estas chicas… Una realidad
desconocida para mi… Conocer otras circunstancias, otras lágrimas, otros abrazos…
Otras vidas… Así que sigo en aquel A G R A D E C I M I E N T O del pasado que
espero nunca pase…
Por temas profesionales, tuve que pausar mis “quedadas” con ellas… Pero ya he
regresado, y en unos días, volveré a estar con ellas… Habrá muchas nuevas… seguro…
nuevos horizontes, nuevas historias, nuevas vidas… Empezamos de cero o casi… No
me olvido de las otras… Siempre serán mis chicas… Y las llevaré en mi corazón… G R
A C I A S Karen, Su, Jessica, Gabriela, Honey, Evelyn, Sara…